El estrés es una respuesta del cuerpo ante un cambio. Puede ser un cambio en el ambiente (de repente baja la temperatura) o en tus relaciones, en tu situación laboral…cualquier cambio nos obliga a reajustarnos.

 El cuerpo reacciona para mantener su equilibrio y trata de adaptarse a la nueva situación. Si ha bajado la temperatura exterior, el cuerpo se moviliza para mantener la temperatura corporal, si hay muchísima carga de trabajo, tratas de sacar más en menos tiempo. El estrés te está ayudando a hacerlo.

¿Pero, por qué se convierte el estrés en nocivo?

Todos tenemos un límite hasta el que la  adaptación es tolerable y en principio, beneficiosa. Por ejemplo, para acometer una tarea nueva o difícil pero asumible, el estrés nos motiva, nos da energía, nos enfoca. Cuando la exigencia ha terminado, el organismo recupera la calma, y puede dedicarse al autocuidado.

Pero cuando sobrepasamos esos límites de tolerancia, es cuando aparece la percepción de amenaza. El cuerpo empieza a movilizar otros mecanismos: la reacción de lucha o huida.

Esa reacción conlleva muchos cambios por ejemplo, en la presión arterial, en la frecuencia cardíaca, en el ritmo respiratorio, en la sudoración… Es un sistema diseñado para afrontar situaciones de emergencia puntuales y una vez resuelta la emergencia, el cuerpo recupera nuevamente la calma, pero…

¡Aquí llega el problema!:

Cuando la situación amenazante no es puntual, sino que se repite día tras día, esos cambios fisiológicos se producen con demasiada frecuencia. Ya no es puntual sino habitual, ya no hay momentos posteriores a la alarma que permitan al cuerpo recuperarse, sino que le obligamos a estar en ese estado de especial activación frecuente y prolongadamente en el  tiempo, y esto hace que muchos de estos cambios se conviertan en crónicos.

Por ejemplo, los aumentos en la presión arterial pueden derivar en hipertensión,  y en lo psicológico, el estado de alerta mantenido sin descanso puede llevarnos a la ansiedad o la depresión.

¿Qué podemos hacer para no llegar a estos extremos? Si los problemas vienen de la excesiva activación de ciertos mecanismos, lo lógico será ayudar al cuerpo a desactivarlos, y esto lo conseguimos con las prácticas de relajación, con la meditación, el deporte (siempre que no sea compitiendo) o pasando un buen rato con personas queridas. De este modo, estamos informando a nuestro cerebro de que no estamos en peligro, y que puede dejar de estar en modo de alarma.

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