Cuando existe una situación en la que nos sentimos amenazados, ya sea frente a un objeto real o imaginado (y en este último caso es cuando lo llamamos ansiedad), el organismo sufre una serie de cambios fisiológicos encaminados a asegurar nuestra vida, bien luchando, bien huyendo, bien quedándonos paralizados.

Luchamos,  huimos o nos bloqueamos en función de la evaluación que hacemos de la situación y de las posibilidades de supervivencia en uno u otro caso. 

La puesta en marcha de este mecanismo se hace desde el Sistema Nervioso Autónomo (SNA), que se ocupa de regular todas aquellas funciones del organismo que se realizan sin nuestra intervención consciente, como es la digestión, el parpadeo o la regulación de temperatura corporal.

El  SNA tiene dos ramas el Sistema Nervioso Simpático y  el  Sistema Nervioso Parasimpático.

La rama simpática se activa cuando percibimos peligro, y nos hace reaccionar luchando o huyendo en función de las circunstancias y de nuestras posibilidades.

Esta activación es un mecanismo muy rápido, necesita ser así para poder salvarnos de un peligro con efectividad y está diseñado para que se dispare sólo en situaciones de emergencia.

Cuando ni luchar ni huir son la solución, se dispara el otro mecanismo, el de congelación, que se activa desde una parte de la rama Parasimpática (la parte dorsal del nervio Vago).

Cuando el peligro ha pasado, se desactiva el sistema Simpático y se activa el Parasimpático, que es el modo de funcionamiento en el que el cuerpo  realiza sus labores de vuelta a la normalidad, autocuración,  autorregulación  y crecimiento normal (homeostasis).

Este mecanismo es más lento, y el organismo tarda más tiempo en volver a la normalidad y recuperarse completamente de lo que tardó en ponerse en guardia.

Cuando la situación de amenaza se mantiene en el tiempo, o cuando la alarma se dispara demasiado frecuentemente, se producen numerosos períodos de activación y queda poco espacio para los necesarios períodos de homeostasis.

Al no tener tiempo suficiente, las tareas de “vuelta a la normalidad” se interrumpen antes de haberse completado. Esto hace que algunos de los cambios fisiológicos del “modo emergencia” pasen a ser habituales, y esos son precisamente lo que conocemos como síntomas.

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