La regulación emocional es una de esas habilidades que todos usamos a diario, aunque a veces no seamos del todo conscientes de ello. Como define el psicólogo James Gross, se trata de los procesos que usamos para influir en nuestras emociones: qué sentimos, cuándo lo sentimos y cómo lo expresamos.

Saber regular nuestras emociones no significa reprimirlas o fingir que no existen. Al contrario: es aprender a escucharlas, a entender su mensaje y a responder de la forma más adecuada en cada momento. Las personas que desarrollan una buena regulación emocional suelen tomar mejores decisiones, manejan mejor el estrés, tienen relaciones más sanas y disfrutan de un mayor bienestar psicológico.
Aunque a veces pensamos que algunas personas «nacen» con esta capacidad, lo cierto es que la regulación emocional se aprende. Desde pequeños vamos adquiriendo estrategias —a través de nuestra familia, la escuela o las experiencias vitales— que nos ayudan (o no) a gestionar lo que sentimos.
¿Por qué digo “o no”? Porque de niños aprendemos las estrategias que hemos visto utilizar, que no son necesariamente correctas, o quizá nos fueron útiles en un momento determinado y en este momento no nos están ayudando. Si no tuvimos las herramientas correctas al principio, o si las que adquirimos no son funcionales ahora, siempre estamos a tiempo de aprenderlas en la edad adulta.
Existen diferentes formas de entrenar la regulación emocional. Algunas de ellas son:

- Aprender Inteligencia emocional: aprender a poner nombre a lo que sentimos, entender qué me están diciendo y qué función tienen esos sentimientos
- Mindfulness: entrenar la capacidad de observar nuestras emociones sin juzgarlas.
- Aceptación: Permitirnos sentir lo que sentimos,
- Identificar las estrategias de afrontamiento que no nos ayudan: por ejemplo la supresión, la evitación o la rumiación.
- Reestructuración cognitiva: trabajar los pensamientos que alimentan emociones difíciles.
- Técnicas de relajación: recuperar el estado de calma
- Expresión emocional adecuada: comunicar lo que sentimos de forma sana y asertiva.
- Pedir ayuda profesional: apoyarnos en la terapia cuando necesitamos un acompañamiento especializado.

Como ves, la regulación emocional no es un talento reservado a unos pocos, sino un proceso de aprendizaje continuo. Cada experiencia, cada pequeño ajuste en nuestra forma de pensar o actuar, nos va permitiendo manejar mejor nuestras emociones y vivir con mayor equilibrio.
Si quieres seguir aprendiendo sobre este tema, en las próximas semanas iré profundizando en cada una de estas estrategias. ¿Te interesa que hablemos primero de alguna? ¡Déjamelo en comentarios!