causas de una baja autoestima

Ya hemos hablado aquí de la relación entre autoestima y estrés, y de cómo tener poca confianza en uno mismo y en la capacidad para enfrentarnos a posibles problemas es en sí un importante estresor,  y decíamos que esto ocurre a través de mecanismos como:

  1. Evitación de Desafíos
  2. Necesidad Excesiva de Aprobación
  3. Autocrítica Constante
  4. Miedo al Rechazo
  5. Percepción de falta de control
  6. Percepción Negativa de Eventos

Hoy quiero poner el foco en el origen de los problemas de autoestima, porque entender de dónde viene es el primer paso para poder transformarla.
Aunque en ocasiones puede verse afectada por situaciones de la vida adulta (una infidelidad, la pérdida de un empleo, una ruptura familiar), sus raíces suelen ser más profundas y se remontan a los aprendizajes tempranos

Durante la infancia, no solo aprendemos a hablar o a comportarnos, sino también a vernos a través de los ojos de los demás. Los mensajes que recibimos de nuestras figuras de referencia —padres, profesores, cuidadores—, las comparaciones con hermanos o compañeros, o la forma en que se respondía a nuestros logros y errores, van construyendo la base de nuestra autoimagen.


Un niño que crece sintiendo que solo es querido cuando “se porta bien” o “hace las cosas perfectas”, puede aprender que su valor depende del rendimiento o la aprobación externa. Con el tiempo, ese patrón puede transformarse en perfeccionismo, miedo al fracaso o necesidad de validación constante, que generan altos niveles de estrés en la adultez.

También influyen los modelos de referencia. Si crecimos observando adultos que se hablaban con dureza, se desvalorizaban o se exigían en exceso, es probable que internalicemos ese mismo trato hacia nosotros mismos. Así, la voz autocrítica que hoy escuchamos al equivocarnos puede ser, en parte, un eco de aquellas voces tempranas.

En terapia, el trabajo no se limita a identificar estos patrones. Se trata de resignificar: comprender que esas creencias se formaron para adaptarnos a un contexto que ya no existe, y que hoy podemos elegir una forma distinta de relacionarnos con nosotros mismos.
Mediante enfoques como la terapia cognitivo-conductual, el EMDR o la hipnosis ericksoniana, ayudamos a la persona a reprocesar experiencias pasadas, a conectar con sus propios recursos y a construir una sensación interna de seguridad.

La autoestima no se “enseña”, se experimenta.

Por eso, parte del proceso terapéutico consiste en aprender a cuidarse, poner límites, reconocer los logros y tratarse con la misma compasión que ofreceríamos a alguien querido.

El objetivo es liberar a la persona de creencias limitantes, fortalecer su confianza y enseñarle a gestionar el estrés desde un lugar de autonomía, comprensión y seguridad interna.
Solo desde ahí puede surgir una autoestima sana, no basada en la perfección, sino en la aceptación de quiénes somos.